
-Orwell, tienes que ser buen estudiante no eres retrasado mental-
Así decía mi madre, con su tono aspero y agrio. Cuando tenía esos aires de consejera me irritaba, odiaba que ella estaba tan segura de todo en la vida, mientras yo tenía que enfrentar una manada de chicos fresas que alardeaban de los autos de su padre, del dinero de sus padres y encima sus buenas notas, que no eran de ellos porque las tareas las hacìan sus madres. En tanto mi madre nunca quiso ayudarme, ella tajante:
-Si yo lo hice sola, no veo porque vas a necesitar ayuda, la maestra tiene que explicarte bien las tareas en el aula.
Mamá ignoraba que todas las madres han nacido para hacer nuestras tareas, limpiarnos, solucionar los conflictos que creamos. Pero ella hablaba de la autonomìa, la suficiencia y un montón de consejos que de poco sirvieron.
Quería que papá me llevara a la escuela, o alguna tarde en vez de ver la silueta de ella en la puerta ver la de mi padre. El tenía un título importante, mi madre había salido de un barrio de mala muerte. Todos conocían a mi papá, le mandaban saludes, yo llevaba su nombre, pero mamá decía el otro. Apenas crecí ya fue momento de salir con mi padre, me llevó a las primeras cantinas, el primer trago, la primera borrachera, la primera prostituta. ¿Qué creían? un título no garantiza buena educación, solo garantiza que le gente crea que tu estatus es diferente, mi padre era como cualquier obrero de la carretera, mal hablado y vulgar, por eso mamá dejó de arreglar su cama y se fue a dormir a un cobertizo, se miraba feo por fuera, pero por dentro lo acondicionó como una gran habitación, tenía una fachada de mala muerte y por dentro podías encontrar golosinas ocultas. Mamá era limpia, pero no componía su mal genio.
Llegado el tiempo de enamorarme, ella no quiso entenderse con mi novia, solamente dijo:
-Imán de vagas y desordenadas, igual a tu padre, no deseo conocer a nadie.
Un día mamá solamente ya no estaba en casa, se perdió, yo era un adulto que ella dejó con un título, pero yo no sabía que hacer con ese papel. En casa nadie puso atención a las estrategias que ella tenía de poner todo en orden y trabajar. Así que por un tiempo viví en el lugar más sucio de todos, prostitutas y borrachos entrando y saliendo de casa. Aún es un misterio, mamá se fue por el mundo. No se si me hace falta, pero ella fue una mujer castradora, te mira con sus ojos congelados, no eras un ser humano frente a ella, te sentías como un bicho traspasado por un tenedor que cae en el fondo de su estomago, ese es mi recuerdo. Mi papá tirado en el suelo, con una prostituta vieja y hedionda al lado, él levantándose para ir a trabajar medio bañado, hediendo a resaca.
¿Cómo salí de aquellos arrabales? Aprendes con los vagos, te vas a cortar café una temporada, reunes todo el dinero, trabajas un tiempo en Costa Rica y desde ahí para España. En Costa Rica aprendí a ser menos ordinario, a fuerza, si quieres algo casual debes aprender a ser cuidadoso. Siempre buscaba muchachas campesinas, eran bondadosas, con cierto olorcito como a tortillas de comal, humito mañanero.
¿Donde estará mamá? No deseo verla, tengo suficiente con Elijah y sus miradas congeladas. No deseo enfrentar sus recriminaciones, su decepción. ¿No creen que es demasiada responsabilidad poner expectativas sobre una persona? Mamá tenía expectativas, yo prefería buscar a mi padre aunque fuese un borracho, putero y con tan mal gusto. No me sentía capaz de ser el hombre correcto que ella esperaba, aunque extrañe la silueta de ella esperando en la puerta, la maestra poniendo quejas sobre mi actitud distraída, ella enojada les respondía: -Lo traigo a la escuela para que le enseñe, no vengo a recibir quejas, sino puede dar clases renuncie. Me tomaba de la mano e iba orgullosa por la calle, apurada por algún trabajo que esperaba, me servía la cena, yo tenía la esperanza que papá llegaría temprano aunque fuera ebrio, la atendería o a lo mejor miraría una película conmigo, pasaban las semanas y él no llegaba, mi madre no hacía nada para retenerlo, su lema era: -Ningún hombre debe estar con una mujer a la fuerza.
Mamá nunca se imaginó como añoraba la presencia de mi padre en casa, ella nunca hizo nada para que él estuviera tiempo en casa. Un día cuando él estaba ebrio abordó el problema: -Tu madre tiene otro hombre.
¿Mamá con otro hombre? Nadie se iba a fijar en una mujer tan ordinaria -pensé- mamá no era un dulce.
-Papá si está seguro que ella tiene un hombre, ¿porqué no la deja libre? así nos quedamos solos en casa.
Era mi oportunidad, creí que si estabamos solos él estaría más tiempo conmigo, la culpable de su ausencia era mi mamá. Ella se fue y a los meses entendí, papá era un ser ocioso y vago. Yo no le importaba, ella nunca le importó, solo quería que se fuera de casa para seguir con su vida desordenada.
Un día lejano y cerca en mi infancia, mamá llegó del trabajo, se sentó en una silla para verme jugar. En el jardin me gustaba cortar las flores, las revisaba, sacaba unas pequeñas pelotitas que luego ponía en una copa, no se cuantas flores sacrifiqué en mi afán de llenar la copa. Ella sonreía, era temprano, apenas empezaba a atardecer cuando dijo: -No quiero perderme tu infancia, será lo único que me quede cuando ya no pueda verte. Corrí a abrazarle las piernas, yo metía la cabeza entre sus piernas, luego ella me levantaba y me sentaba, le decía que tenía hambre, me gustaba quitarle su comida, ella la daba aunque no hubiese comido otra cosa. Finalmente me dormía, así me cargaba hasta la cama y dormía profundamente, ella olía a lavanda, a veces a rosas, le gustaba la frangancia de jazmines, cada mes se inventaba algo diferente, su ropa tenía olores suaves. Las sabanas limpias tenían olor a lavanda y sus pies tenían olor a crema contra hongos.
Un día mamá se fue y yo sigo sin valor para enfrentar sus ojos congelados… Un día papá murió y que tarde que lo hizo.